martes, 8 de febrero de 2011

¿Dónde está? 38ª prueba





Tras un periodo de reflexión durante el que hemos estado preparando las maletas, (ya sabéis, mudas limpias, hilo dental, una chaquetita por si refresca) nos vamos de viaje. Pero antes hemos de aclarar que las fotos anteriores correspondían, como muy bien resolvió Antonio Rodríguez, al archiconocido barrio de Manhattan, en Nueva York, Estados Unidos de América.

Supuse que os gustaría conocer una imagen diferente de la ciudad, lejos del bullicio constante de Times Square y la 5ª avenida o la calle 42. Hacia el sur, antes de llegar a Wall Street, nos topamos con algunos edificios fácilmente reconocibles, como el Flatiron (edificio "de la plancha"), que queda justo al lado de los que aparecen en las imágenes. Sin embargo, durante la visita que hicimos el verano pasado, tuvimos que desviar la mirada hacia las azoteas circundantes: detectamos presencia humana, no identificada, en las alturas. Un artista de vanguardia, Antony Gormley, británico y atrevido él, había decidido exponer su obra en los lugares más insospechados de Londres y Nueva York, de modo que arte y ciudadanía se mezclaran en el ajetreo citadino durante unas semanas. Pese a los avisos por parte de la policía, neoyorquino hubo que, asustado, creyó hallarse ante un posible suicidio colectivo y desató la alarma entre sus convecinos. Cuando el artista se hace provocador - en la esencia del arte está violentar el ánimo, dicho en el mejor de los sentidos- puede ocasionar algún que otro malentendido, máxime cuando muy pocos días antes un estudiante de la universidad de Yale había puesto fin a su vida lanzándose desde el Empire State. Si queréis ver obras de Gormley, podéis echar un vistazo aquí; una de las fotos es similar a las que os propuse.

Tata-tarara-tata-tarara... New York, New York. No me creo Liza Minelli, y mucho menos Sinatra, pero es inevitable tararearla cuando uno abre ojos y orejas ante el espectáculo que siempre ofrece la gran urbe americana. Algo se nos escapa, empero, es imposible mantener la atención que requiere un organismo vivo como Nueva York, la chica flirteante y seductora que siempre parece a punto de traicionarlo a uno. Pero no lo hizo, estuvo galante y cotidiana, sin alardes ni desaires, tan familiar que creímos ver caer otro mito, uno más. A Nueva York la conocemos tanto todos sin necesidad de salir de nuestra mesa camilla, que más que descubrirla con sorpresa, creemos recordarla sin haberla visitado. Si acaso, disfrutamos del reconocimiento, del "¡Ah, mira, ahí es donde Cary Grant se encuentra con Deborah Kerr!", o del "Ahí fue donde mataron a Lenon".

Yo, seré sincera, fui feliz. Y no porque me enloquecieran las innumerables tiendas de la Quinta (aún sonrío cuando evoco el tonito de una amiga cuando, incrédula, se topó con esta calle de las calles y le pareció más bien poquita cosa), ni porque el gospel de las iglesias baptistas de Harlem me haya descubierto una vocación oculta de predicadora (ya lo soy, en cierto modo); ni siquiera porque en el Ellen's Stardust, rodeados de una mezcla entre lo que ahora hemos dado en llamar vintage y lo que siempre se ha llamado kitsch, camareros stendhalianos nos sirvieran una comida infame aderezada con sus magníficas voces. No. Fui feliz porque sentí que había encontrado, por fin, un lugar en el mundo en el que hasta sería capaz de no perderme. Bendita cuadrícula del Midtown, bendito diseño para viajeros despistados.

Mientras pienso qué otro destino elegir para esta entrada, os dejo más imágenes de The Big apple.




Ya lo pensé: dos ciudades, dos, con más de un rombo, como las películas para adultos de antaño.